9/23/2012

Capítulo 42 / El cambio


En el lugar y el momento menos esperado, la vida de José y sus dos esclavos iba a cambiar radicalmente.
Un día, yendo a visitar a un amigo del general, que conocía desde hacía años y vivía en una casona solariega rodeada de unos cientos de hectáreas de bosque y prados, aislada de otras casas y ojos incómodos, el propietario sugirió la posibilidad de vender el palacete y en principio la idea de adquirirlo interesó a José y poco a poco le sedujo el proyecto de montar un negocio en ella.
El dueño de la finca no tenía familia y lo atendían un matrimonio ya mayor, que le servían desde hacía años, pero cada vez era más complicado encontrar gente para realizar las labores en el campo y el hombre ya no tenía paciencia para bregar con mozos y trabajadores que cuidasen la casa y sus tierras.
Y charlando de mil cosas sobre ellos y otros amigos comunes, surgió el asunto casi sin darse cuenta, pero que a José le iba a calar profundamente como medio para resolver el dilema de su vida.

El amigo de José quería irse a vivir a la ciudad, pero temía abandonar esa casa, puesto que creía que era condenarla a una ruina lenta e imparable.
Por otra parte, aún marchándose del predio, se necesitaba gente para cuidarlo y atender tanta extensión de terreno y las dependencias anexas.
Sin contar el dinero y dedicación que requería todo aquello para no convertirse en una selva impenetrable.
Así que o continuaba viviendo en ella o la vendía.

José no sabía el precio que pudiera pedirle su amigo, pero aún disponiendo de dinero suficiente para adquirirla, debía dedicarla a algo productivo, ya que sólo la conservaría quitándole la rentabilidad necesaria para sostenerla en condiciones óptimas de uso para su disfrute.
Eso le hizo poner las neuronas en marcha y pensó rápido, procesando datos a toda velocidad, para vislumbrar la salida a la situación personal en que se hallaba y procurar un futuro próspero tanto para él como para sus dos esclavos.
Ya que, tras la visita que inesperadamente le hiciera al general apenas dos meses antes, durante unos días de permiso que se había cogido el capitán, ambos aclararon la cosas respecto a la relación que habían mantenido hasta que todo se había trastocado con la entrada en escena de los dos esclavos adquiridos por José, incitado por el propio general, y que desde entonces le servían fielmente como asistentes, criados y putas.

La vuelta atrás era imposible para José, que ya no podría prescindir ni de sus esclavos ni de la dominación sexual y absoluta sobre otro hombre.
Así que entre Alfonso y él sólo cabía mantener el afecto y el cariño que los unía desde años atrás, comprendiéndose mutuamente, pero ya sin la relación sexual como amantes.

Realmente, desde que se conocieron en la Academia Militar, siendo José tan sólo un cadete de diecisiete años, Alfonso había sido para el chico una persona muy especial, dado que los dos se consideraban mutuamente como su única familia.
Incluso José era el heredero legal del general, aunque él ignoraba que al quedar viudo Alfonso, testase a su favor dejándole como beneficiario de todo su considerable patrimonio.

El general amaba a José más que a nadie e incluso llegó a pedirle que lo aceptase como esclavo para mantenerlo a su lado, como pretendía el capitán, pero ya era tarde cuando lo hizo, porque José se había dado cuenta de que al general lo quería, pero de quienes estaba enamorado era de sus dos jóvenes esclavos.
Y el amor y la atracción sexual por los dos chicos era mucho más fuerte que todo y se anteponía a cualquier otro afecto.

Después que José dejó de ser el amante de Alfonso, decidió dejar el ejercito con su esclavo Raúl y esa finca era la ocasión ideal para hacerlo y realizar un proyecto beneficioso tanto para él como para sus dos muchachos.
Puesto que Dani ya no era soldado y se dedicaba a estudiar con ahínco informática y otras materias útiles para servir a su amo.
Y los tres sacarían adelante cuanto a José se le ocurriese hacer, tanto en el presente inmediato como en un futuro más lejano.

Y ambos chavales siempre estarían a sus plantas para adorarlo y cumplir sus deseos como los mejores y más fieles esclavos que pueda desear y poseer un amo.

 De pronto a José se le encendió la bombilla de la imaginación y lo tuvo claro.
Apretó los dientes, cerrando los puños, y tomó la decisión más importante de su vida.
Se quedaba con la finca y negociaría la compra con su amigo para estipular un precio aceptable para los dos.

Tras una larga negociación en buen tono, acordaron una cantidad, que José iría pagándole a su amigo como una renta vitalicia mientras éste viviese, revisable anualmente, por supuesto, además de permutar como parte del precio un piso que el capitán había heredado de sus padres en esa ciudad y que llevaba cerrado muchos años sin uso alguno.

Ya tenía resuelta la compra de la finca, pero quedaba pendiente la manera de obtener los fondos necesarios para poder realizar sus planes.
Eso llevaría su tiempo y tenía que estar seguro de conseguirlo antes de cerrar el trato con su amigo.
Fijaron otra reunión en un plazo de quince días y el capitán se fue con sus esclavos dándole vueltas a todo el planteamiento que iba tomando cuerpo en su cabeza.

Los dos muchachos veían al amo preocupado y absorto en sus pensamientos y entraron en casa sin que les dijese ni una palabra durante todo el trayecto.
Así que ellos no iban a ser quienes rompiesen el silencio y mantuvieron cerrado el pico por si acaso les caían unas hostias en vez de palabras solamente.
Pero fue el amo quien habló y les contó lo que maquinaba.
Ellos se miraron uno al otro y al tiempo vieron otra vez al amo y al unísono dijeron: “Sí, Amo, que tenemos que hacer?”


 Y José les dijo: “Desnudaros y acercar el culo que pienso mejor sobando vuestras cachas... Dani echate sobre mis piernas para palparte las nalgas y tú, Raúl dóblate hacia delante y ábrete de patas para ver como te meto los dedos por el ojete... Así me relajo y tengo las ideas más claras... Por el momento es todo lo que haré con vosotros”.
“Sí, amo”, volvieron a decir los chicos entregándole el culo a su dueño.
Así permanecieron una hora y de repente José exclamó: “Ya casi tengo la solución. Sólo queda perfilar algunos detalles... Levántate, Dani”.

Sacó los dedos del culo de Raúl y le atizó una sonora palmada en una cacha y añadió: “Vete delante a mi cama y echate de bruces y espera que vaya a follarte... Y tú, Dani siéntate en mi verga que voy a darle un aperitivo contigo”.
Y agarró al chico y lo clavó por el culo sentándolo sobre sus muslos como si fuese un muñeco inanimado.

Ese sólo sería el primer polvo que le metería, porque después de calzársela a Raúl sobre la cama, pensaba joderlo otra vez a cuatro patas.
Darle por el culo a sus esclavos también le ayudaba a tener mejores ideas y ocurrencias sobre cualquier problema que le preocupase.
En esa tarde y parte de la noche le entraron tres polvazos a cada uno de sus dos esclavos.
Con sus pausas correspondientes para recargar los cojones, naturalmente.

El proyecto debía empezar con la planificación y realización de las obras de adaptación de la casa y otras construcciones necesarias para instalar y poner en marcha un particular hotel para amos adinerados, en donde pudiesen gozar abusando de seres inferiores, tanto siervos como perros esclavos que les sirviesen de putas o potros para montarlos y usarlos como les diese la gana a sus dueños reales u ocasionales, si solicitaban que se les facilitasen sumisos para ello.
O, también, ser sometidos sin contemplaciones por machos dominantes, según los gustos y perversiones del cliente.
Los servicios necesarios para complacer al cliente sólo serían cuestión de más o menos precio.

El negocio se basaba en ofrecer un lugar de lujo para el deleite de sibaritas dominantes o sumisos, con sus respectivos esclavos o machos, cuyo precio de estancia y servicios sería caro, pero la discreción y seguridad se garantizaban a los clientes.
Lo cual atraería a una clase adinerada, compuesta por ricos hombres de negocios o acaudalados y ociosos rentistas que no reparan en gastos a la hora de procurarse vicio y placeres.

Se incluiría también un mercado de esclavos, del que José obtendría una comisión sobre el precio de las ventas, que sólo se realizaría en ocasiones puntuales, previa rigurosa invitación muy selectiva y minucioso examen y control de calidad de la mercancía objeto de transacción.
En definitiva se trataba de un suntuoso reducto exclusivo para amos y esclavos gays de alto estanding, donde poder practicar libremente sus fantasías y adicciones sexuales de dominación y sometimiento sin escándalos ni riesgos de ningún tipo.

Pero para poner en marcha todo eso no sólo era preciso un trabajo intenso, cosa que a José no le asustaba, sino también necesitaría mucho dinero para montar el negocio y realizar las obras necesarias en el inmueble y acondicionar convenientemente gran parte de la finca.
Y todo su patrimonio no era suficiente para tanto gasto. Así que tendría que recurrir a un banco que le prestase los cuartos, avalando el crédito con la propia finca.

Pero al comentarle sus propósitos al general, éste volvió a facilitarle las cosas ofreciéndole el dinero suficiente para ello.
José en principio no quiso aceptarlo, pero Alfonso le confesó que era el beneficiario de su testamento y que solamente le adelantaría una parte de lo que iba a ser suyo al recibir la herencia.

Y este era el mejor momento, puesto que lo necesitaba y le parecía una idea estupenda el negocio que se proponía explotar.
Después de terquedades y escrúpulos propios de José para admitir y aceptar la voluntad y deseo de Alfonso, terminó la discusión entre ellos con un fuerte abrazo y el capitán accedió con la condición de que el general tuviese una habitación permanente en el hotel y disfrutase de todo ello a su modo, ya que precisamente el tipo de actividades que tendrían lugar allí se prestaban y se adaptaban a sus gustos y deseos sexuales.

Además nunca le faltaría ni el espectáculo de ver usar a seres inferiores por su amos, ni el rabo de un buen macho para que lo follase o pudiese hartarse mamando pollas si así lo prefería.

Si alguien tendría un trato de privilegio en el hotel y en cualquiera de sus servicios, sería el general.
Aunque eso no supusiese que los dos esclavos de José estuviesen a su alcance ni al de cualquier otro por muy poderoso, rico o distinguido que fuese el individuo en cuestión.

Dani y Raúl siempre estarían a la exclusiva disposición de su amo para cuanto desease hacer con ellos.
Y ese estatus de privacidad sólo se le aplicaría a los dos muchachos, ya que lógicamente José tendría que adquirir más esclavos para que le sirviesen y le fuesen útiles en su negocio.

Y el primero en aumentar la plantilla, sería el esclavo que su amo echara a la calle al cumplir treinta años, cuyo nombre era Ivan.


Era un buen ejemplar, hablaba dos idiomas y podía dar un buen rendimiento en muchas tareas y desde luego cualquier servicio sexual que solicitase un cliente.

Ahora todo era cuestión de cerrar la compra y empezar por hacer los planos para las reformas del inmueble y la construcción de otras dependencias necesarias para los fines pretendidos por José con su negocio.

De entrada contaba con sus dos esclavos y el abandonado por su dueño sin el menor remordimiento ni reparo al echarlo a la puta calle.
Y por supuesto también tenía a los dos machos que le sirvieron para domar a Raúl y que eran expertos en esa tarea.
El resto de los esclavos necesarios, ya lo iría adquiriendo con calma y con buen tino para acertar en su elección.

La suerte estaba echada, puesto que, como Cesar, había cruzado su Rubicón.
Y arriesgar siempre fue cosa de valientes.

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