7/20/2012

Capítulo 23 / El capricho


Sólo habían transcurrido tres meses y Raúl se había convertido en el capricho del general.
Pasaba en el despacho del gran jefe gran parte de la jornada y éste, en cuanto tenía oportunidad, le sobaba los huevos o le tocaba los muslos y le manoseaba la polla como si se tratase del sonajero o un mordedor para un bebe al que le están saliendo los dientes.
Otra parte de Raúl que le privaba al general eran los pectorales, principalmente pellizcarle los pezones redondos y marrones.
Y, aunque pequeños, muy disparados y en punta como pitones de un joven toro de lidia.


 Raúl se dejaba hacer lo que al jefe le daba la gana, puesto que así lo quería el capitán y le había ordenado obedecer al general más por ser un esclavo que por el respeto que todo soldado debe a un oficial de tan alto rango.
A su edad, el general era un hombre atractivo y con un cuerpo fibroso y fuerte, que realmente gustaba mucho a las mujeres y seguramente más de un oficial o soldado raso daría lo que fuese por verse en la cama con aquel sesentón de tan buen ver.
Pero Raúl estaba cada vez más colgado del hombre que le saco de dentro su verdadera naturaleza y le hizo ver que en el sexo no existen complejos ni roles mejores o peores, sino solamente el placer morboso con el que cada cual se excite y libere la lujuria y la libidinosa naturaleza que llevamos en lo más profundo del alma.
El chico se estaba enamorando perdidamente de su amo.

El hombre tan macho que con su enorme verga le hizo probar la mieles del doloroso éxtasis de que le rompiesen el virgo y el culo hasta perder el sentido de gusto y correrse sin sobarse la polla, aún apretándola con fuerza para evitar que le saliese la leche a borbotones, y regalándole el conocimiento y el sabor del placer por el sufrimiento hasta confundir el dolor con el gozo.
El muchacho era consciente de la querencia del amo por Dani y sabía que éste adoraba a José y también lo amaba como nunca había querido a nadie en el mundo.
Ni siquiera a él, por el que únicamente estuvo encaprichado y atraído por su cuerpo perfecto y su juventud descarada e insolente hasta soportar los peores abusos y creer que un niñato inmaduro e inconsciente podría ser su dueño.

Fue el primer amo para Dani, al que deseó servir, a pesar de la inexperiencia, torpeza y estúpidos complejos de macho del muchacho, que ni siquiera supo ver la joya de esclavo que se estaba perdiendo.
Más tarde, Raúl lo echó en falta y se sintió a traído por Dani, pero ya era tarde puesto que él mismo había metido en la vida del otro muchacho a José.
Y éste si era un amo de verdad y, fundamentalmente, un auténtico macho que sabía como darle por el culo a otro tío, sin olvidar que su agujero no era un coño, sino el ano por el que la tremenda verga del dominante poseía al dominado, entrando en su cuerpo hasta perforarle el alma, y convirtiéndolo primero en sumiso y poco a poco, pollazo a pollazo, en su puto esclavo para toda la vida.

Cuando un amo sabe serlo, de un ser libre, el sometido sólo espera ser aceptado como propiedad de su señor y servirle y darle su cuerpo y su vida entera para el placer y capricho del amo.
Y eso era lo que ahora ansiaba Raúl.
Ser el más fiel y humilde perro esclavo de José, aunque le escociese ver la preferencia de éste hacia Dani y sentir aún como su polla se excitaba y se humedecía al ver el culo del joven que era el capricho de su amo.

Del crío que fue suyo por un tiempo y ahora era el otro esclavo de su dueño.

El general no quería prescindir de Raúl e incluso le obligaba a acompañarlo a su casa, una vez terminadas sus tareas como asistente medio secretario y corrientemente pasa manos, y le mandaba que se desnudase y lo contemplaba mientras se tomaba una copa y fumaba un puro, teniéndolo siempre cerca para poder alargar la mano y acariciarle los cojones o apretarle la chorra o los glúteos.
El jefe nunca se desnudaba ni se desabrochaba la guerrera o la bragueta de los pantalones, pero su cara y su boca rezumaban lívido y era la viva expresión de un vicio sórdido y albergado en lo más recóndito de la mente de aquel militar.
Nuca le besaba los labios al chico ni mucho menos le comía la boca, pero algunas veces le mamaba la polla o lo masturbaba por el sólo placer de ver salir la leche de su miembro, erguido como una bayoneta insertada en el cañón de un fusil para presentar armas.

Sólo una vez de las que le chupó el rabo al muchacho y por más que éste le advirtió que se corría, el general retuvo el pene del chaval dentro del la boca y dejó que descargase la leche en su lengua.
Parte la escupió al suelo, pero otra porción de semen la paladeó y dejó que bajase por su garganta.

Cuando por fin Raúl podía irse de la casa del general y volver a la de su amo, llegaba con la bolas secas y la picha arrugada y flácida, sin fuerzas ni ganas de servir de puta a su dueño.
Y era entonces el mejor momento que consideraba José para gozar más penetrándolo sin preámbulos y calentamiento alguno.
Y, nada más entrar, lo agarraba, le bajaba los pantalones y doblado sobre una mesa, separándole las patas con un par de patadas, y un simple lapo lanzado al agujero del culo del chaval bastaba para hundirle la tranca de su amo y darle caña hasta que a fuerza de roce en el recto y el morbo de verse montado por su amado dueño, el pito de Raúl se espabilaba y crecía y engordaba, replegando el pellejo para dejar al aire un prepucio brillante y mojado de vicio y ganas de sentir su tripa llena con la leche de su amo.


Dani siempre estaba presente mirando la monta de Raúl por el amo y cuando su dueño se lo autorizaba se agachaba para mamarle el cipote al otro esclavo, succionando con fuerza para extraerle cuanto antes el semen y dejarle los cojones vacíos antes de que su señor terminase de follarlo y le diese el esperma en las tripas, mientras el pene flácido de Raúl se balanceaba en el aire por los empujones que José le daba al darle por el culo.
Dani le evitaba a Raúl gozar el momento de sentir el flujo caliente que recorría su recto hacia dentro, pero aún así el muchacho quedaba feliz por haber sido la perra elegida por su amo para desahogar los huevos en su vientre, aunque le dejase el ano tremendamente dolorido, rojo y picante como una guindilla.

Más tarde, Raúl también presenciaba como el amo lamía y besaba todo el cuerpo de Dani, metiéndole media lengua por el ojete y mordisqueando las tetillas del chaval y oliéndolo tras la orejas, la espalda el vientre, las ingles, los genitales, la raja del culo y las piernas desde los muslos a las uñas de los dedos de los pies.
Apretaba la carne del muchacho y lo palpaba despacio repasando cada milímetro de su piel dorada como un melocotón.
El perfil de su rostro, de hombre niño, casi sin sombra de barba, lo dibujaba mil veces con las yemas de los dedos y lo remarcaba después con el roce de los labios para rellenar el contorno de su dibujo en el aire con besos y suaves caricias con la lengua, como el perro que lame tiernamente a un cachorro.

A Raúl le excitaba verlos y su cabeza estaba invisiblemente metida entre ambos cuerpos haciendo lo mismo que el amo le hacía a Dani, pero envidiando no ser él quien ocupase en ese instante la posición del otro esclavo.
No le dolía la atención del amo hacía Dani, pero si ansiaba que aquel hombre al que amaba más por minutos, le mostrase también a él esa delicada ternura que derrochaba con Dani, además de follarlos con toda la violencia de un tornado y fustigarle la carne, al punto de volver locos de pasión y exaltar los sentidos de ambos esclavos cuando los usaba para satisfacer su extrema necesidad de sexo, rebosando lujuria y un vicio desatado.

Esa violencia era necesaria y fundamental para ambos esclavos porque con ella se sentían absolutamente propiedad de su amo y objeto de deseo de éste para saciar su calentura en ellos.
Mas eso no implicaba que Raúl también desease algo del afecto que José no regateaba al tratarse de Dani.
Y, sin embargo, Raúl cada día quería más y con más generosidad a su compañero de esclavitud y si antes sólo deseó su cuerpo para usarlo sin tino ni sentimiento, ahora lo admiraba por su belleza y le atraía el indudable encanto del chico.

Había perdido el poder sobre Dani, pero tenía la ventaja de seguir estando cerca del chaval y llenar su vida y su alma con la fuerza y la savia que la generosidad de un hombre, extraordinario a sus ojos, lo había hecho su esclavo y le enseñaba cuales debían ser los pasos que podía dar cada día, para ser mejor y mucho más útil satisfaciendo al ser que realmente le importaba y admitía como el centro de su existencia. Su amo. El hombre por el que su corazón se agitaba y latía desbocado como un potro sin riendas, hasta que la mano poderosa de su señor templaba la brida y su espuela le hacía amainar su alocada energía vital, sometiéndolo a la voluntad y dominio del experto jinete que lo había domado y continuaba adiestrándolo para llegar a ser uno de los mejores ejemplares de su cuadra.

Pero esa tarde Raúl estaba demasiado triste para poder disimularlo y Dani se percató del estado de ánimo de su compañero.
Cenaron, pero Raúl tenía poco apetito y casi no dijo más de cuatro monosílabos para contestar alguna pregunta de su amo.
Y Dani miró al capitán con esos ojos grandes y transparentes que eran como un visor de los pensamientos del crío.
José ya se había dado cuenta de que algo le pasaba a Raúl, pero, quizás por imaginarse el motivo, no quiso indagar sobre el problema que afectaba a su esclavo.
Sin embargo, reconsideró su postura y le preguntó: “Qué te pasa, Raúl? Apenas has comido y eso no es habitual en ti, a no ser que estés malo. Ha pasado algo en casa del general?”
Raúl guardó silencio, pero sus ojos sólo miraron un plato cuyo contenido, que siempre le había parecido apetitoso, esa noche se le hacía cuesta arriba llevárselo a la boca.
Y el amo insistió.
Y el chico le dijo: “Nada, amo”.
Mas su voz y su cara no reflejaban que todo hubiese sido normal esa tarde en la casa del gran jefe que se había encaprichado con Raúl.
Y José volvió a insistir: “Raúl, dime que ha pasado”.
El chaval se tapó los ojos con ambas manos y rompió a llorar.
Dani miró alternativamente a su amo y al otro muchacho e imploraba sin palabras que José hiciera algo para consolar a su amigo.
El amo dijo: “Raúl, levántate y ven”.
El chico lo hizo pero se tiro de rodillas al lado de José y ocultó el rostro en las piernas de su amo, sollozando sin consuelo.
José le acarició el pelo y volvió a preguntar: “Qué te pasa...Cuéntame todo lo que haya sucedido”.

Raúl con voz entrecortada le contestó: “No...puedo...amo... No...puedo...Me lo ha prohibido... y... si digo... algo... me... matará. No...puedo...amo... No...puedo”.
José no dudó en hablarle a su esclavo: “Raúl, puedo comprendo tu miedo... y casi no hace falta que me digas que es lo que te ha pasado esta tarde con el general... Pero no puedo tolerar ni admitir la infidelidad de mi esclavo. Soy tu amo y tú eres absolutamente mío. Y más importante que tu vida, que es mía, es la fidelidad, el respeto, la obediencia y la confianza que me debes por ser mi esclavo. Nunca os he dado motivo para temerme, puesto que he preferido vuestro amor al miedo ante le castigo. Y ahora me has traicionado al no contarme lo sucedido por temor a lo que el general te pudiese hacer al saber que me lo habías contado. Puesto que él ya sabe que a ninguna otra persona se lo dirías, ni le importa que lo sepa otro que no sea yo. Cómo puedes pensar que yo revelaría al general que tú me contases algo que él no quiere que yo sepa? Cómo has podido anteponer el miedo a algo al amor y a la voluntad de tu dueño? O es que acaso temías mi castigo por lo que hayas hecho hoy con el general? Me has defraudado y me duele tu traición más que cualquier otra cosa con la que pudieras agraviarme. Y mereces mi desprecio y un castigo ejemplar”.

José empujó la cabeza del chiquillo y lo tiró al suelo, mirándolo con furor y rabia.
Dani estaba asustado y también lloraba sin emitir ni un sólo gemido.
José se puso en pie y arrastró a Raúl por un brazo hasta la sala donde tenían lugar las sesiones de sexo duro y torturas, con la intención de someterlo al peor castigo que nunca le había dado a ninguno de sus esclavos.

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