7/16/2012

Capítulo 22 / El silencio


Apenas podían distinguirse los tres bultos de sus cuerpos sobre la cama del amo. Todo era oscuro y algún reflejo indiscreto destacó un pálido fulgor que discurría junto a la nariz de Dani.
El chico estaba despierto y se dolía de los azotes y sus articulaciones protestaban aún por las forzadas posturas en que lo había puesto su dueño.
Desde que estaba a su lado nunca le había causado tanto dolor ni lo había tratado como a un mero objeto vacío, del que sólo importa la carne exterior que cubría un vulgar armazón de huesos y que no alberga ningún fundamento que pudiese inspirar algo más.
José tampoco dormía, pero sus ojos cerrados sólo veían hacia dentro de su alma y contenía sus manos para no abrazar al muchacho que le trasmitía su pena pegado a su piel.
Raúl parecía estar en otro mundo onírico, pero el amo tampoco notaba en el roce de su brazo otra cosa que no fuese ansiedad y temor por no volver a ser usado como antes de la reciente sesión a que les había sometido José.

Ni siquiera los había penetrado con la pasión de otras veces.
Ni mucho menos les había hablado al oído ni calentado con sus palabras y siquiera aplicó el toque de sus manos en los puntos erógenos que dada uno de los muchachos tenía.
José los usaba para su goce y vertía su semen cuando le parecía y donde le daba la gana, sin tener en cuenta la presión y necesidad de desahogo de sus esclavos, pero, aún así, lograba que éstos hasta en el dolor y la privación del goce sintiesen el placer de servir y satisfacer la lujuria de su amo.
Y esta vez no había sido así. Sólo los usó.
Los humilló y les produjo el estremecimiento del miedo y del sufrimiento sin la compensación de saber o sentir el gozo de su señor.
De pronto Raúl se giró dando la espalda al capitán y los otros dos volvieron los rostros sin poder verse el uno hacia el otro.
Y fue la mano de José la que buscó la cara de Dani y los dedos se humedecieron con las lágrimas del chico.


Y le dijo a media voz: “Aún te duele?”
“No amo”, contestó Dani con una voz casi inaudible.
Y José insistió: “Por qué lloras entonces?”.
El chico no respondió y el amo se lo preguntó de nuevo y le ordeno que hablase.
Y Dani le habló a su dueño: “Amo, esta noche no fuiste el mismo hombre que me compró y al que adoro como mi amo”.
José pensó unos instantes la respuesta y dijo: “Sabes que no te compré y también sabes que soy tu amo. El mismo que viste en el parque donde Raúl te llevó para vender tu cuerpo al mejor postor. Nada ha cambiado, ni cambiará”.

Dani hipó y sollozó con más fuerza y le dijo: “Aunque no hayas pagado ni un céntimo por mi, sí me compraste como esclavo y es lo mejor que me había pasado en la vida. Ser tuyo. Pertenecerte entero es lo único que tengo para ser feliz, amo. No me importa lo que me hagas ni como me uses, pero haz que me sienta de tu propiedad y protegido y cuidado como antes, mi amo. Entiendo lo del general y deseo serte útil para agradarlo y darle todo lo que desee. Pero no podré soportar sentir otra vez la indiferencia de mi amo como si sólo tuviese entre sus mandos un trazo de carne sólo para usar y tirar después a un basurero. Amo, sé que soy insignificante a tu lado y mucho más en comparación con el general y no pretendería jamás escalar un peldaño más alto que el que un puto esclavo merece ante su dueño, porque tu simple mirada ya es un regalo del que me siento indigno, mi amo. Y sólo sé que en tan poco tiempo has conseguido que te ame. Que sienta dentro de mi lo que nunca había conocido antes. Y no me refiero a tener tu carne dentro de mi cuando me follas. Me has hecho vivir como si naciese de nuevo el mismo día en que me penetraste con esa verga que adoro y venero como la imagen de mi dios... Perdoname, amo, porque soy un estúpido cretino que no tiene derecho ni a importunarte con palabras o gemidos y sólo merezco que me eches fuera de tu cama”.

José quedó mudo y Raúl apretó la cara contra la almohada para que los otros dos no le viesen llorar como un niño.
Pero cuando un amo sabe y conoce la responsabilidad de ser el dueño de otros seres, aún siendo inferiores a él, tiene que asumir su posición y responder con la entereza y razón del privilegio que le ha dado la vida.
José se recostó sobre Dani y sin mediar palabra le beso los labios y los ojos y lo estrujó contra su corazón temblando de emoción como el adolescente que acierta a darse cuenta que tiene en sus brazos el verdadero amor.
El crío rompió el silencio desatando los nervios en llanto y temblores y Raúl, quieto como una estatua, sufría despegado de ellos la soledad de su alma herida y menospreciada.

Y José extendió un brazos hacia él y le dijo: “Ven tu también porque los dos merecéis que vuestro amo os cuide, os proteja y os ame. Mis hermosos esclavos, no tengáis en cuanta lo que pasó esta noche. Asumo la responsabilidad porque fue prematuro desvelar lo que debió mantenerse oculto por más tiempo. Y no es por vosotros, que vuestra devoción y sumisión aceptó de plano lo que yo desease haceros, sino que le problema estaba en mi amante que todavía no pudo asumir las consecuencias que podían derivarse de lo que él mismo quiso iniciar. No jugó con vosotros sino que apostó demasiado fuerte y arriesgó perder la exclusiva de mi corazón. Para mi es más que un padre y no sería justo no decir que fue mi gran amor y sigue siendo mi amante, pero el corazón no es fácil de controlar si se desboca. Es como un pura sangre entero, sin capar. Es un gran ejemplar pero su doma es difícil y puede derribarte y pisotearte hasta poner en peligro tu integridad o la misma vida. Mis pequeños muchachos, no se debe jugar nunca con los sentimientos y menos con los ajenos...Pero ahora vamos a dormir tranquilos y sin miedos puesto que estáis arropados por vuestro amo. Besémonos los tres juntos y que nunca perdamos el sabor tan exquisito de nuestros besos. Y ahora basta de llantos y a dormir. O tendré que volver a calentaros el culo con esta mano que ya sabéis lo que puede doler si arrea con fuerza”.

No hubo ni más palabras, ni lloros ni gemidos. Solo la respiración acompasada de tres seres unidos en un estrecho abrazo. Bueno. Y algún resoplido algo fuerte porque Raúl a veces incluso roncaba al quedarse profundamente dormido.
Pero pronto el amo lo meneaba y el chico chasqueaba recuperando la sosegada respiración de un bello durmiente.
El calor del cuerpo de Raúl contagiaba la energía que esparcía bajo la sábana y José cobijó su pene en la entrepierna mojada del chico.
Dani acopló su vientre a las nalgas de José y pronto el pito adquirió firmeza y el prepucio se estiró buscando sumido en el sueño el ombligo del muchacho.

Cuando el amo se espabiló miró el reloj de la mesilla de noche y comprobó que habían dormido como angelitos casi roznado la hora de entrada en el cuartel.
Pero ahora su verga no estaba entre los muslos de Raúl, sino que se había metido entre las nalgas de Dani como una salchicha en el panecillo de un perrito caliente.

El chaval notaba la fuerza de la sangre agolpada en el cipote del amo y su ano se relajó esperando su entrada de un momento a otro.
Dani sintió la caricia de los dedos de José en las ingles y como jugueteaba con el vello de su pubis, ligeramente recortado como un suave felpudo, cuya caricia resultaba agradable y de un erotismo perturbador.
El amo metió una mano entre los muslos del chaval y mordió con pequeños bocados la parte posterior del cuello, justo bajo la nuca.
Y resbaló los labios sobre un hombro del chico para besarle un brazo al tiempo que una mano empuñaba el carajo enardecido que buscaba el ojo del culo del esclavo.


Y en cuanto el capullo de José se encajó en el ano de Dani, la mano que lo había guiado se posó en el vientre del muchacho, presionándolo hacia atrás para ensartarlo en la polla como el espeto clava y atraviesa a un cabrito para asarlo a fuego lento.
Raúl no quiso quedar al margen y obtuvo el permiso de su amo para lamerle el culo y los cojones desde atrás, esperando que le dejase recoger en la boca la leche que tras un fuerte y potente traqueteo le saldría a Dani por el pito.
Y cuando eso ocurrió y el amo ya había colmado el cuerpo del esclavo enculado, a Raúl lo ordeñó el otro esclavo para desayunar la nutritiva leche que daba ese muchacho.

Al presentarse los tres en el despacho del general. este felicitó al capitán por la estupenda velada con que lo había obsequiado la noche anterior.
Y dijo: “Raúl, mientras el capitán y tu compañero hacen su trabajo en el despacho de mi ayudante, tú te quedas aquí para hacer algunas cosas que quiero encargarte personalmente para que las hagas conmigo esta mañana”.
Raúl miró al capitán y con un gesto de cabeza, éste le ordenó que obedeciese y complaciese al general cumpliendo con sus obligaciones y le brindase el mejor servicio posible.
Y así lo hizo Raúl.
El general solamente quería tenerlo a su lado, muy cerca, y meterle mano en la entrepierna palpándole los huevos y masturbándole la polla, despacio, con suavidad y oliendo el aroma de macho que desprendían las pelotas de aquel joven soldado rebosante de testosterona.

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