7/09/2012

Capítulo 20 / La tarde

José miró las caras atónitas de sus dos esclavos y los abrazó por la cintura a ambos.
Los chicos tenía los pantalones hechos jirones y sus nalgas se lucían a través de la tela rasgada, dejando ver también los genitales de Raúl y su vientre duro y apretado bajo su piel tersa y tirante.

Los dos muchachos aún pintaban en sus caras la duda y la sorpresa de lo ocurrido en la comida, y su amo les habló sin dejar de apretarlos contra su cuerpo: “Chavales, jamás diréis nada de lo que habéis visto y oído, porque en ello no sólo os va el futuro, sino la suerte que la vida os ha deparado al ser esclavos. Nunca os faltará nada ni nadie osará haceros el menor daño mientras yo os defienda y los tres sigamos bajo la protección del general. Que, como ya oísteis, es mi amante desde hace muchos años. Siento un amor profundo por él, pero eso no impide ni excluye que también pueda amar a otras criaturas. Y especialmente a quien haga sentir como mi corazón salta y vibra tan sólo con tenerlo cerca y no desear otro olor que el de su cuerpo ni más roce que el del tacto de su piel. Y creo que si alguien en el mundo puede llegar a ocupar un lugar en mi lama junto al general está ahora a mi lado”.



Los chicos miraban a su amo, sin abrir el pico ni para mostrar su asombro.
Y el capitán prosiguió su charla: “Raúl, tú le agradas especialmente al general. Te habrás dado cuenta, supongo. Pero no esperes tener sexo con él. Al menos lo que se entiende por acto sexual con penetración anal entre ambos. Te sobará y acariciará por todas partes y te masturbará, también, y puede que él te chupe la polla si le apetece, pero tú nunca harás nada que no sea acariciarlo o corresponder a sus besos. Aunque no creo que lo veas desnudo del todo, querrá que tú si estés en bolas y que le muestres tu cuerpo impúdicamente... Es un hombre muy cariñoso a pesar de que te haya azotado con dureza hace un rato. También es estricto y le gusta que las cosas se hagan bien, y por eso podrá volver a zurrarte si lo estima necesario. El nunca consideró que el dolor sea un castigo en sí mismo. Y a veces el pegarte en el culo con su mano, será una prueba más del afecto y cariño que pueda llegar a sentir por ti. Raúl, haz todo lo humanamente posible por complacerlo y no te arrepentirás de poner todo tu empeño en conseguirlo. Y por si tienes alguna duda, seguirás siendo mi esclavo y gozaré de tu cuerpo tanto como podría hacerlo con Dani. Ya no me basta con uno y os quiero a los dos en mi cama y en mis sesiones especiales de sexo... No tenéis nada que decirme?”

Y Dani dijo: “Amo. Un esclavo no tienen que pensar ni cuestionar lo que su dueño quiera o desea hacer con lo que es suyo. Yo sólo estoy aquí para darte placer como mejor te parezca... Y si no es demasiado atrevimiento para un pobre ser inferior y no te enfadas conmigo, diré que haré lo imposible por tener un pequeño rincón junto al general. Y perdóname por ser tan ambicioso, pero tenía que decirlo aún temiendo tu castigo”.
José se mordió el labio inferior, tragó saliva y le preguntó a Raúl: “Y tú no dices nada?”
El chico, menos locuaz y espabilado para expresarse que Dani, le respondió: “Señor. Si algún día me perdona todo el mal que le hice a Dani, ya estaré contento y podré esperar que me considere un esclavo digno del amo al que deseo servir. Y el general podrá hacer de mi lo que quiera también. Es un buen amo y he de servirle como me ordena mi dueño”.

José volvió a besarlos a los dos en la boca y le dijo: “Dani, tú ya estás con el general y a ti, Raúl, Dani ya te perdonó, así que también te estás haciendo un hueco al lado de Dani y del general... Mis jóvenes muchachos. Vamos a pasar una estupenda tarde los tres juntos. Por cierto, Raúl. No me trates de usted a no ser que estemos en el cuartel y haya otra gente delante. Me siento viejo oyéndote decir eso cuando te estoy dando por el culo”.
Y José se llevó a sus dos esclavos a la cama y se tumbaron totalmente desnudos y sin más diferencias que sus hermosos cuerpos más o menos fuertes y la inexperiencia de dos juventudes aún muy tiernas sexualmente con la joven plenitud de una experta y atractiva madurez.
El amo se tumbó de frente abriendo sus piernas y le dijo a Raúl que le lamiese el cuerpo desde los pies a la cintura y a Dani que fuese al contrario bajando desde la cabeza hasta encontrarse con su compañero a la altura del ombligo.
Raúl había aprendido el papel de mamón y casi chupaba los dedos y las plantas del pie tan bien como Dani y cuando pasaba la punta de la lengua por las piernas y muslos de su amo, el vello se levantaba como buscando aún más placer.
La llegada a las ingles fue como para desarticular al hombre de mayor temple y firmeza ante cualquier sensación externa.
José se retorcía y tuvo que apretar los párpados y los labios para no gritar del gusto insufrible que le daban sus dos esclavos.

Dani recorrió su rostro, perfiló los labios del amo humedeciéndolos con la punta de su lengua, y exploró el cuello y las orejas de José, que sentía la lasciva respiración del chico y su aliento cálido y lleno de lujuriosa pasión.
Al bordearle los pezones con la boca, José creyó que gritaría basta, pero Dani supo alternar la presión de los labios con la suavidad de la saliva que esparcía a veces a lametazos, casi sin dejar que las tetillas del amo recuperasen la tranquilidad y el reposo.
Cuando descendió por el centro del estómago, besándolo y ayudándose con los dedos para sensibilizar cada célula de su piel, el amo ya estaba en la cima del clímax de un etéreo y sublime éxtasis, que solamente siendo un dios podría conocer esa experiencia de ser trasladado su espíritu a un indefinido e incógnito edén.

Al reunirse los dos muchachos en el centro del vientre de su amo se besaron, juntando la lengua en el ombligo de José, y recorrieron juntos el camino hasta el falo de su señor, mamándolo alternativamente hasta que su esperma les regó la cara a los dos muchachos.


José no consiguió evitar la brutal eyaculación que desalojó sus pelotas de la preciosa carga, que sus esclavos se lamieron mutuamente el uno al otro recuperando el semen lanzado al aire por su amo y que les salpicó el rostro a los dos.
A los chicos les reventaban los huevos y el amo los puso de rodillas sobre la cama y con ambas manos los ordeñó a los dos.
Y le dijo: “Besaros en la boca con todo el fuego que encierra vuestro joven cuerpo. Sobaros y tocaros los pechos y el culo y acariciaros los muslos y la entrepierna.
Y palparos las pelotas para que vuestra leche fluya con potencia y salte a mi cara para que después podamos recogerla los tres con la lengua y besarnos mientras saboreamos la esencia de esas vidas que ya son parte de la mía... Más tarde os meteré en el cuerpo mi leche, pero ahora quiero disfrutar así con vosotros dos... Y esta noche os daré otra sesión especialísima. Ahora darme todo lo que guardáis en los cojones o os los retuerzo hasta estrujarlos y exprimirlos como limones. Hummm, Dani, ya estás a punto y esas gotas en el capullo son algo más que un síntoma del gusto que te da el pajote que te estoy cascando, so puto... Te vas a correr como una zorra cachonda, pero espera por este otro cabrón que le arde hasta el tuétano y la polla le va a estallar antes de que pueda contar tres...Síiiiiiii. Joder! cabrones menudas lechadas que largáis por esos cipotes hinchados como chorizos cebolleros... Y esta que me cuelga de la boca es tu lefa Raúl...Hummm... Serás jodido!.. Pues no parecen tan grandes esas bolas para echar tanta leche por la verga... Será que al ser gorda se almacena en ella además de en los huevos... Pero es rica, verdad, Dani?.. Y la tuya?.. Ah la lamiste de mi frente y esta mejilla... Pues dámela que es mía como todo lo que concierne a vosotros dos. Bésame y compártela conmigo, Dani... Y tú también Raúl... dame tu lengua y los restos de semen que tienes en ella. Esta noche os voy a romper el culo, pero gozaréis como dos perras enceladas por el macho más dominante y deseado del barrio”.

El capitán intercambió semen y saliva con sus dos putos esclavos y después cayeron los tres de bruces sobre la cama, rendidos por el esfuerzo de la potente paja que les había hecho el capitán a los dos soldados y la corrida que él mismo había saltado en sus caras.

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