5/15/2012

Capítulo 2 / El relax

Si cada jornada en el cuartel era amarga para Dani, todas se volvían de hiel al ir con el cabronazo del jefe que por la suerte más negra le caído y no sabía como librarse del puto capitán de los cojones.
 Y de chuparle los cojones, precisamente ya estaba hasta los mismos huevos.



El tío lo ponía de rodillas delante suya.
Y mientras, bien espanzurrado en un sillón leía el periódico o veía una revista de tías en bolas, aquel animal de uniforme, sin entrañas ni escrúpulos, a quien le daba lo mismo a pluma que a pelo, le hacía chuparle el rabo y las bolas, porque decía que le gustaba tenerlas frescas y húmedas.
Al jodido fulano le olían a pestes los huevos porque no era muy limpio, peor precisamente la misión de Dani era dejárselos como el culo de un bebe después que su madre le cambiara el pañal y le pasara con mimo una toallita húmeda para no irritarle la piel.
La puta que parió a aquella bestia era quien tendría que comerle las pelotas y no él, pensaba el chico.
Y lo peor era que nada más sacarle la verga del trasero, también se la tenía que limpiar a lametazos, chupando bien el cipote del muy borrico, puesto que le decía que no quería ir por ahí con sus partes oliéndole a culo.

Pues que metiese la chorra en un coño a ver si ese olor a pescado le agradaba más al señor.
A que iba a olerle si se la calvaba por el ano y le daba por el culo una hora sin parar de moverla, sacarla, meterla y hacerla girar dentro del chico como un molinete o como una barrena de extraer petróleo? Pues a mierda tenía que oler.
O es que acaso el puto cabrón cagaba bombones?

Pues si eran bombones sabían también a mierda, porque alguna vez ya le había hecho lamerle el agujero peludo del culo y no precisamente recién bañado, y lo que menos podía decir el chico es que fuese un placer dejarle bien limpios los pelos del ojete y el resto que se extendían por todas las nalgas del valiente oficial.

Tenía un culo peludo como un oso, lo mismo que el pecho, y en los sobacos le brotaba una selva virgen casi continuamente húmeda y perlada de sudor.
Decía el muy cochino que el uniforme le daba mucho calor, pero eso no implicaba que no usase un desodorante de vez en cuando.

Y el caso era que en cuanto Dani tenía que quedarse en bolas por mandato de su capitán, el tío enseguida ponía mala cara y fruncía la nariz si el chico no estaba bien aseado y le olían algo los pies y no digamos el culo o los huevos, después de currar todo el día con el uniforme puesto.

Lo metía en la bañera y lo fregaba el mismo con un estropajo de cuerda y jabón neutro de lavar la ropa y todo el lavado se lo hacía con agua fría para endurecerle el cuerpo, según decía el muy maricón del militar.
Y, a veces, Dani se preguntaba para qué tanta limpieza con su cuerpo si luego el puto marrano le meaba encima antes de sacarlo de la bañera?
Y vuelta a refregarlo y más agua fría para ponerle las carnes prietas y duras.
Por fin salía del agua, se secaba al aire, para no manchar las tollas de su capitán, que encima las lavaba el chico, y una vez medianamente seco, lo agarraba por las orejas y a hacer la limpieza de la casa, plancharle la ropa, cepillarle el uniforme sacándole brillo a las medallas, servirle una copa o varias, y cuando ya estaba bien servido el señor, tenía que hacerle una mamada, luego lustrarle las botas con la lengua y antes de servirle la cena lo más probable era que ya le hubiese dado un par de veces por el culo.

Y todo bajo la constante coacción de acusarlo de sedición, insubordinación, abandono del servicio, deserción y hasta alta traición si era preciso.
Podría pensarse que el muchacho era medio lelo o bobo para creerse las bravatas del capitán y su permanentes amenazas, pero el oficial era listo y jugaba con ventaja sobre el chico.
Y de cara al exterior él era un héroe de guerra, laureado un porrón de veces y con hazañas de leyenda, y el chaval sólo podía hacer valer su pobre palabra y condición de soldado contra la historia que quisiese inventarse el glorioso militar en perjuicio del chico, con todo lujo de detalles y visos de realidad.

Llegó a esconder un arma del arsenal y unos papeles, chantajeándolo que si no le servía como una verdadera zorra, lo denunciaría por robo y espionaje.
A Dani no lo salvaba nadie de las garras de su capitán. Y menos de su polla.

A su capitán, que era muy macho, y decía que le ponían el rabo a cien las tetas y los coños de las tías, cada vez le gustaba más el culito de su asistente.
Y ya no sólo se limitaba a follárselo, sino que antes le daba un repaso a fondo, magreándolo y sobándole los muslos y la entrepierna, para hacérselo también en el pecho mientras lo montaba como un bruto, arreándole con la otra mano golpes en las posaderas como si fustigase a un caballo.

Era su esclava, su zorra, su sirvienta y su meadero si no le apetecía orinar en el retrete al puto cabrón de mierda de su capitán.
Podía decirse que servir de asistente al valiente oficial era le mayor honor que un soldado como Dani podría alcanzar en el ejército?
Puede que para algún masoquista profundo sí.
Pero el chico maldecía la mala hora en se le ocurrió hacerse una paja, quedándose adormilado durante la guardia en el polvorín del cuartel.
Su condena no sería tan penosa si se hubiera cargado al puto oficial, pensaba a veces. Pero luego, recordaba las palabras del capitán sobre la cárcel, la carne fresca, un culito joven sin vello y redondo, la zorra de todos los reclusos, pollas sucias, culos apestosos, sobacos sudados, pies que a su lado el queso de cabrales sería un perfume, y se le abrían más las carnes que el culo cada vez que lo penetraba de golpe el muy bestia de su jefe.

Pero lo peor que soportaba y le rendía el espíritu sin condiciones a los caprichos del maricón de su verdugo, eran los golpetazos con una regla de madera en las plantas de lo pies.
Se los dejaba adormecidos de dolor e hinchados como si se los encerrasen en una bota malaya.
El muy jodido en lugar de azotarle el culo o la espalda con la fusta y dejarle marcas visibles y poco justificables, le ataba los pies desnudos, colgados por una cuerda del techo, y con la espalda apoyada en el suelo le palmeaba en ellos hasta que le dolía el brazo al muy animal y al chico ya no le salían más lágrimas porque había agotado toda capacidad de fabricarlas.

El dolor era insufrible y como luego no podía caminar, el cabronazo del capitán lo obligaba a deambular a gatas y seguir sirviéndole lo que se le antojaba.
Y nunca acababa de parir ideas el muy hijo de puta.
Y así era como se relajaba el oficial al terminar sus funciones en el despacho del cuartel y volver a casa con su leal y novato asistente de dieciocho años.

Y se suponía que siendo un verdadero caballero, aguerrido y curtido en el cumplimiento del deber, trataría a su joven ayudante con la consideración más exquisita y hasta con el cariño y comprensión que siempre un adulto suele sentir por un subordinado tan joven y guapo como Dani.
Con consideración no sé, pero con exquisita crueldad desde luego que sí lo trataba.
 Y seguramente por guapo, además.
En eso seguramente no le ganaba ninguno de sus colegas ni tenían tanto tiempo en su casa a sus asistentes o ayudantes.
Hasta le daba de cenar!
Las sobras que él no quería, semen de postre y hostias en los morros a discreción si hacía el mínimo gesto de asco o insinuaba la intención de poner mala cara.
O simplemente porque no le daba las gracias por ser tan generoso, diciendo: “Señor, sí, señor. Gracias, señor... A sus órdenes, mi capitán”.

Y el muchacho se podía ir a limpiar el culo para no pringar de esperma todo el suelo. Aunque tampoco suponía demasiado problema, porque si se le escurría la leche por el ano y se le caía al piso, lo lamía como un perro y ya estaba solucionado el problema.

 Del semen del chico ni hace falta decir nada porque, aunque se empalmaba cuando el capitán le daba por el culo y le frotaba bien la próstata, a fuerza de guantazos sus huevos habían aprendido a retenerlo, soltando solamente alguna babilla que le lubricaba el pellejo y, así, se le escurría mejor por el capullo.
Pero de correrse nada.
Eso sólo ocurría si el macho, al que tanto le gustaban la mujeres, le manoseaba la polla, cascándole un pajote y decía que lo ordeñaba como a una ternera para que no se le hinchasen la ubres.
Y si no se lo hacía pues se jodía el muchacho y con suerte tenía una polución nocturna y se aliviaba el dolor de los testículos.

Durmiendo en el suelo a los pies de la cama de su jefe, malo sería que no pudiese limpiar con su lengua el suelo antes de que el capitán se levantase y viese la mancha de esperma en el piso.
Lo jodido era si manchaba la manta cuartelera con la que le dejaba taparse para no quedarse frío por la noche.
Si la leche salpicaba el puto cobertor entonces no lo libraba nadie de uno de los castigos preferidos de su jefe. 
Siempre dispuesto a joderlo con nuevos suplicios, que no dejasen marcas demasiado a la vista.

 De ese modo transcurrían los inolvidables días en la milicia para Dani, debiendo poner cara de borrego y una sonrisa cada vez que su oficial superior le dedicaba amables palabras y educados apelativos como: “Puta de mierda. So zorra. Hijo de la gran puta o maricón, guarro, cerdo y cacho cabrón”, que era todo lo que también él le llamaba por lo bajo a su capitán.
Así, al menos dialécticamente, estaba la cosa más igualada.

Y desde el punto de vista sexual, pues según como se mire el asunto.
Porque si era por el lado de sentir placer con otro tío, pues a Dani ya le gustaba sentir el roce de algo dentro de su culo.
Y más notar en las tripas el chorro de leche densa y templada del capitán.
Pero lo que ya le costaba más era lo de tragar el semen y todas las otras guarradas que le obligaba a hacer el puto cerdo y asqueroso que tenía por jefe.

Y respecto al capitán sólo se podría decir, sin poner en duda su hombría y virilidad, de la que siempre hacía gala ante sus colegas y amigos, que darle por el culo al chico le gustaba más que comer con los dedos.
Cosa que hacía con casi todo lo que comía el fulano.
Y si en lugar de poner el culo el chaval se la mamaba succinándole bien el capullo, se corría como un burro en un dos por tres.
Y eso que no le gustaban los tíos, y la mayoría de los que pasaban por su lado, le parecían unos putos maricones por llevar un vaquero demasiado justo o bajos de cintura luciendo esos calzoncillos que parecen bragas de zorra, como las que le había visto a Dani la primera vez.

El chico jamás pudo volver a usar algo parecido yendo de uniforme, claro. Puesto que el capitán, en su casa, le hacía ponerse modelitos de slips y otros tipos de ropa interior, incluso bragas de tía, para ver lo mono que se le veía el culito enfundado en tales prendas.



La verdad que si no en la forma, en el fondo el puto capitán no era más maricón porque no entrenaba lo suficiente.
Pero lo que al tío realmente se la ponía tiesa era un buen culo duro y con garra, que tuviese delante de las piernas un par de cojones y una minga colgada o empinada como un poste,
Y la tetas y los coños, al parecer, sólo los veía en las revistas guarras que miraba a veces mientras su asistente le lamía los huevos.
A Dani ni se le ocurría ver las fotos de tías desnudas, puesto que, quizás de tanto llamárselo su capitán, el chico ya tenia complejo de marica y lo que le gustaría de verdad sería ver alguna otra polla al natural que no fuese la suya y la del puto cabrón que lo jodía sin miramiento alguno cuando le daba la puta gana.

Por eso al chaval se le alegró el semblante cuando su jefe le dijo que preparase el equipo de campaña, porque saldrían de maniobras con la tropa.
Al menos, mientras durasen la prácticas militares en el campo, no dormiría oliendo desde le suelo los pedos de aquel guarro ni estarían en la misma tienda, lo que le permitiría confraternidad con otros soldados jóvenes, con los que prefería estar mil veces, aunque también se peyesen y les oliesen los pies peor que al cacho cabrito del capitán.

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